“Comienza la historia con el inicio de vida
pequeña, tras la cual un gran empeño divino encierra los sentidos que pocos en
un instante en su existencia dilucidar consiguieren. Sabes de las memorias que
por las venas corre y en el recorrer de tal ilustre trayecto el olvido se hace
dueño. El origen del Universo es hecho presente y es reflejo de aquellos
aconteceres que en tu vida discurrieron y discurrirán. Como hormiga afanosa en
sus quehaceres das por hecho los milagros que cotidianamente alimenta tu Alma
inmortal, y por contra ¿Tú sabes pobre mortal quién eres?
Rebosaban los orgullos tras la caída del
Imperio y los Flavios en recuerdo esencias esparcían por toda la Historia de la
Humanidad. Un sentimiento que revoloteaba como buitres esperando la muerte del
moribundo, dando vueltas, escribiendo círculos perfectos sobre una existencia
que dejaba pasar al relevo. Un ciclo que finiquita con austeridad y
aferramiento al asidero de cualquier acontecer irrelevante pero astutamente
camuflado de robusta solidez. El sentido de la Vida, de una vida y de todas a
un tiempo, el mismo enigma corroe tus adentros y los de cualquiera; la crónica
de una raza repitiéndose tras las generaciones creyentes de autenticidad, una y
otra vez la canción es interpretada…Aprende a bailar”.
No entendía
muy bien el motivo, pero religiosamente leía ese fragmento todos los días antes
de comenzar la jornada, era muy preciado para él; fue un legado que su padre le
dejó antes de morir. Recibió ese regalo de despedida unos días después de
enterrarle, jamás podrá olvidar la sensación de cosquilleo que sintió recorrer
todo su cuerpo, como una caricia cálida que despertaba los dormidos poros de su
piel y su aturdido corazón. Una carta dirigida a su persona con un remitente
muy especial ‘El hombre que sigue los dictados de su Alma’. Una misiva que le
acompañaría todos los días de su Vida.
El sendero
hasta su propia muerte lo recorrería de la mano de aquel mensaje, de aquella
esencia que amorosamente acompañaba a su aprendizaje por este complicado fluir;
su sabiduría crecería con cada reflexión diaria que aquellas letras vivas
engendraban cada vez que eran leídas. En ocasiones se maravillaba de tal manera
que era imposible agarrar el sueño, su conciliación se marchaba de vacaciones a
las exóticas tierras de la excitación donde un chico corría en busca de tesoros
y disfrutaba de las apasionantes aventuras de la iluminación.
Los
misterios camuflados sigilosamente en los problemas cotidianos eran resueltos
tras la lectura de ese peculiar ‘Evangelio’. Las mismas palabras transcritas,
los mismos símbolos eran descifrados por primera vez en cada problema, como si
su aparición fuese nueva de la manera que el sol tiene por costumbre encender
la oscuridad de la noche con el nacimiento de cada mañana, una respuesta para
cada pregunta.
Se había
convertido en su más valiosa fortuna, aquel pedazo de papel guardaba el gran
secreto, la panacea que remediaba cualquier mal. Su bien más preciado se lo
había proporcionado su padre, qué mayor legado puede hacer un ser humano a otro
que la fórmula para conseguir que su Alma dirigiera libremente el peregrinaje
por esta Tierra, y eso hacía que la felicidad no fuera una utopía. Él fue feliz…
Esa mañana
deslumbró a la noche de una forma espléndida, todo pareciera haber sido pintado
con un brillo especial, centelleaba con la luz de los ángeles. Decidió dar un
paseo y respirar el aire fresco que ese día le obsequiaría la generosidad de
los dioses. Se sentó en un banco del parque, estaba fatigado, sus ochenta y
cinco años hablaron como nunca. Tras respirar profundamente un rato mientras
observaba aquellas flores guiñar un ojo a la fuente, sacó una foto de su
cartera. La miró cariñosamente mientras la acariciaba con sus dedos, y una
lágrima brotó en señal de añoranza y satisfacción a un tiempo, en ella aparecían
cuatro personas, una familia hermosa, sus dos hijos, él y su amada esposa. Se
dijo a si mismo que lo había hecho bien, y una sonrisa se dibujó en su arrugado
rostro. Una inmensa paz bañó todo su cuerpo, sintió que su Alma le daba un
abrazo lleno de Amor y Agradecimiento, y pensó que él debía corresponder de
alguna manera a tan noble gesto. Guardó su foto cerca de su pecho y sacó del
bolsillo aquella carta que su padre le legó y que tanto le había ayudado. Fue
la última vez que leyó aquellas letras escritas con el corazón, volvió a llorar
pues su interior le anunciaba su inminente partida, su muerte estaba cerca…
Más tarde,
en su casa a la luz de una vela, escribió dos cartas, una para cada hijo, de
igual forma que hiciera su padre con él. Derramó toda la sabiduría adquirida en
una Vida en unas pocas líneas, en una hilera de palabras preñadas de Amor y de
Luz, unas letras que cobraron vida conforme eran escritas, la magia fluyendo de
sus manos... Un remitente ‘El hombre que sigue los dictados de su Alma’ y una
dedicatoria ‘A mi amado hijo, te doy las gracias por haber aceptado recibir la
Vida de mi y por generosamente custodiar mi legado’…
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