El día se levantó tiritando, un frío insensible y
desagradecido hendía en lo más insondable de los huesos. Afortunadamente no
llovería esa mañana, Aarón dio las gracias al cielo e irónicamente añadió a los
de “arriba” un recordatorio acerca de quién era pues desde hacía tiempo, dejó
de ser una persona para ser un ente sin nombre. Seguía sobreviviendo en la
soledad del mundo, en los duros desprecios que las gentes extrañas dirigían hacia
aquel vagabundo que deambulaba por los pasillos hechos calles de su inmensa
casa; un hogar sin techo, sucio y pelado de humanidad. Incluso en verano sentía
el frío, el calor de todo tipo salió por patas del salón de su alma hacía ya
una eternidad. Para él acabó la vida y la calidez en el momento que Anabel
decidió dejarle. No recordaba el motivo eso carecía ya de importancia, ese día en
el que ella comenzó su discurso de “despedida”, él dejó de existir en este
mundo y allí quedó aquel prospero Ingeniero Agrónomo plantado en el duro y feo
asfalto como semáforo sin luz, un espectro deambulante vivo pero sin vida.
Decidió
establecerse en un apartamento móvil de cartón cuya dirección cambiaba cada
ciertos días. No podía alejarse demasiado del lugar del trabajo de ella, el
poder verla a la entrada y la salida del trabajo, le daba las fuerzas
necesarias para desear echarse a la boca, un trozo de pan aunque estuviese colmado
de hormigas y refrescar su desesperante sed con un poco de agua de cualquier
fuente. Esa era su vida, esa era la existencia de un hombre cuyo delito fue amar
a una persona equivocada, o si rascamos un poquito más en la herida, por no ser
capaz de cerrar una puerta y ver las puertas que la vida estaba dispuesta a
abrirle después. Es más común de lo que parece, el centrarse en el dolor, en el
desánimo y en la desesperanza, hace caer torres muy altas sin entender que
cuando la destrucción llega no es más que un cese de algo que está caduco, que
ya no sirve, que no es conveniente o simplemente una oportunidad para seguir
creciendo en otra dirección. El ser humano es débil y a la vez muy grande…
Ese día,
después de dar las gracias porque no lloviera se levantó de su cama de papel y
cartón, se sentó con las piernas cruzadas y quedó absorto en un pensamiento, aunque
no contaba con reloj sabía perfectamente la hora que era; como cada mañana
debía apresurarse para llegar a tiempo y poder contemplar desde lejos a Anabel
entrar en el edificio de siempre, ella había rehecho su vida y a menudo veía de
reojo a Aarón pero no se permitía a si misma rebajarse para ni siquiera saludar
y mucho menos tenderle una ayuda que ni por asomo estaba dispuesta a dar, pero
algo había pasado esa noche. Estaba cansado y por primera vez en esos diez
años, se sintió estúpido, no comprendía y a la vez comenzó a ver claro. Esa
noche había tenido un sueño en el cual aparecía Fran, se le acercaba envuelto
en una nube blanca, le tendía la mano y con una sonrisa le decía una simple
frase “Te echo de menos”.
Fran era
un joven estudiante que conoció años atrás, pertenecía a una familia adinerada
de la ciudad, por aquellos entonces aquel muchacho estaba metido de lleno en la
rebeldía de la juventud. Se había criado con su abuela y uno de sus tíos ya que
sus padres murieron en un accidente cuando era un niño de tan solo dos años. No
tenía muchos amigos y los pocos que tenía a él se les antojaba demasiado
estirados, así pues de la manera más tonta e inusual Aarón se convirtió en su
mejor y extraño amigo. Se conocieron una mañana de abril cuando el joven un
poco hastiado de todo y cabreado con el mundo se saltó las clases para irse a
un parque a despejar su aturdida cabeza, se sentó en un banco bajo la sombra de
un árbol en el que también lo estaba un vagabundo maloliente pero no le importó
para nada. Comenzaron a charlar como si se conocieran desde siempre, al
principio de nimiedades y después de trascendentales aspectos de la vida. Con el
tiempo se hicieron grandes amigos, Fran le traía comida, prendas de abrigo y no
menos importante, compañía amable y sincera, Aarón, simplemente le obsequiaba
con grandes sabidurías y consejos. El corazón es increíble, y para esos dos
seres solitarios, el amor limpio de la amistad estaba enraizando en lo más
hondo y alimentaba con alegría la sanación del alma, de ambas… Pero la sombra
del miedo y la vuelta de viejos fantasmas hicieron que Aarón tomara una
decisión dolorosa, aquello debía acabar, no podía soportar pensar que iba a ser
abandonado de nuevo, así que sin pensarlo dos veces, el se vería a sí mismo
dando un discurso de “despedida” de igual manera que el escuchó tiempo atrás.
Con el corazón
roto, Fran se alejó de su vida y comenzó una andadura por su propio sendero. Fue
fuerte y se repuso, terminó sus estudios y conoció a su gran amor, aunque jamás
pudo olvidar a aquel hombre que tanto le ayudó y al que llegó a amar como a un
padre. Logró formar una familia e inició una carrera profesional muy próspera,
la vida le sonrió.
Aarón se
levantó y caminando despacio llegó a aquel parque, respiró profundamente antes
de sentarse en el banco bajo la sombra del árbol, y allí lloró silenciosamente,
había olvidado por completo su “cita” con Anabel para reencontrarse con los
recuerdos de otro pasado. En ese instante una voz cálida y agradable irrumpió
el ritual de añoranza, un hombre esbelto y muy bien vestido le pidió permiso
para sentarse a su lado, Aarón se sobresaltó y en un acto reflejo dirigió su
mirada hacia la voz. Dos miradas conectaron y se saludaron, era Fran que sin
esperar respuesta se sentó y abrazó a aquel hombre sumido en un mar de
lágrimas, ahora los dos lloraban. Tras un abrazo eterno y entrañable de dos
almas amigas, Fran pudo articular palabra “Hola viejo amigo, he venido a
enseñarte una cosa”, se echó mano al bolsillo y sacó una foto, “Esta es
Johanna, tiene casi dos años, es mi hija y tan pequeñita le encantan las rosas.
Ayer me preguntó como nacían y no supe contestarle porqué pensé en tí, me
hablaste de las diferentes formas que tienen las plantas de reproducirse y
nunca me hablaste de las rosas… necesito que te vengas a mi casa y plantes
rosas y le expliques a mi hijita cómo cuidarlas…”, Terminada la frase soltó una
tremenda carcajada, “En realidad, he venido a pedirte que vuelvas a formar
parte de mi vida, has sido como el padre que nunca tuve y mi gran amigo, por ti
seguí adelante, me diste todo lo necesario para convertirme en un hombre, en un
buen hombre, y … te he echado de menos”. Aarón sintió como el pecho se le abría
y en él entraba una inmensa luz, el amor volvió a entrar en su vida como
torrente de agua clara llevándose con ella todo lo oscuro y sucio del pasado. “Me
encantaría, pero… sabes que no puedo aceptar…”, Fran volvió arremeter, “Ya
sabía que ibas a decir algo parecido, vengo con una oferta, necesito un
jardinero y alguien que sepa cómo sacar provecho a mis tierras, te ofrezco
trabajo, y… mi amistad, necesito… que vuelvas a mi vida”, no esperó respuesta,
se levantó y tendió la mano, Aarón sonriendo, agarró su mano y se levantó
también. Ambos se fueron unidos por el cariño y la amistad, ambos cerraron al
fin la puerta del pasado y juntos, siguieron un camino nuevo lleno de puertas
por abrir…
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