jueves, 21 de noviembre de 2013

Debilidades y Grandezas del Ser Humano





   El día se levantó tiritando, un frío insensible y desagradecido hendía en lo más insondable de los huesos. Afortunadamente no llovería esa mañana, Aarón dio las gracias al cielo e irónicamente añadió a los de “arriba” un recordatorio acerca de quién era pues desde hacía tiempo, dejó de ser una persona para ser un ente sin nombre. Seguía sobreviviendo en la soledad del mundo, en los duros desprecios que las gentes extrañas dirigían hacia aquel vagabundo que deambulaba por los pasillos hechos calles de su inmensa casa; un hogar sin techo, sucio y pelado de humanidad. Incluso en verano sentía el frío, el calor de todo tipo salió por patas del salón de su alma hacía ya una eternidad. Para él acabó la vida y la calidez en el momento que Anabel decidió dejarle. No recordaba el motivo eso carecía ya de importancia, ese día en el que ella comenzó su discurso de “despedida”, él dejó de existir en este mundo y allí quedó aquel prospero Ingeniero Agrónomo plantado en el duro y feo asfalto como semáforo sin luz, un espectro deambulante vivo pero sin vida.


   Sufría en silencio el peso de la soledad y de la hipocresía. Con el tiempo el desprecio, la incomprensión y la animadversión de personas que ni siquiera conocía dejaron de agujerear su marchito corazón, solo ocupaba su intención el sobrevivir aunque por las noches escribía poemas en el aire a su nueva e inalcanzable amante la muerte, el desamor redactaba con pluma dorada.

   Decidió establecerse en un apartamento móvil de cartón cuya dirección cambiaba cada ciertos días. No podía alejarse demasiado del lugar del trabajo de ella, el poder verla a la entrada y la salida del trabajo, le daba las fuerzas necesarias para desear echarse a la boca, un trozo de pan aunque estuviese colmado de hormigas y refrescar su desesperante sed con un poco de agua de cualquier fuente. Esa era su vida, esa era la existencia de un hombre cuyo delito fue amar a una persona equivocada, o si rascamos un poquito más en la herida, por no ser capaz de cerrar una puerta y ver las puertas que la vida estaba dispuesta a abrirle después. Es más común de lo que parece, el centrarse en el dolor, en el desánimo y en la desesperanza, hace caer torres muy altas sin entender que cuando la destrucción llega no es más que un cese de algo que está caduco, que ya no sirve, que no es conveniente o simplemente una oportunidad para seguir creciendo en otra dirección. El ser humano es débil y a la vez muy grande…

   Ese día, después de dar las gracias porque no lloviera se levantó de su cama de papel y cartón, se sentó con las piernas cruzadas y quedó absorto en un pensamiento, aunque no contaba con reloj sabía perfectamente la hora que era; como cada mañana debía apresurarse para llegar a tiempo y poder contemplar desde lejos a Anabel entrar en el edificio de siempre, ella había rehecho su vida y a menudo veía de reojo a Aarón pero no se permitía a si misma rebajarse para ni siquiera saludar y mucho menos tenderle una ayuda que ni por asomo estaba dispuesta a dar, pero algo había pasado esa noche. Estaba cansado y por primera vez en esos diez años, se sintió estúpido, no comprendía y a la vez comenzó a ver claro. Esa noche había tenido un sueño en el cual aparecía Fran, se le acercaba envuelto en una nube blanca, le tendía la mano y con una sonrisa le decía una simple frase “Te echo de menos”.

   Fran era un joven estudiante que conoció años atrás, pertenecía a una familia adinerada de la ciudad, por aquellos entonces aquel muchacho estaba metido de lleno en la rebeldía de la juventud. Se había criado con su abuela y uno de sus tíos ya que sus padres murieron en un accidente cuando era un niño de tan solo dos años. No tenía muchos amigos y los pocos que tenía a él se les antojaba demasiado estirados, así pues de la manera más tonta e inusual Aarón se convirtió en su mejor y extraño amigo. Se conocieron una mañana de abril cuando el joven un poco hastiado de todo y cabreado con el mundo se saltó las clases para irse a un parque a despejar su aturdida cabeza, se sentó en un banco bajo la sombra de un árbol en el que también lo estaba un vagabundo maloliente pero no le importó para nada. Comenzaron a charlar como si se conocieran desde siempre, al principio de nimiedades y después de trascendentales aspectos de la vida. Con el tiempo se hicieron grandes amigos, Fran le traía comida, prendas de abrigo y no menos importante, compañía amable y sincera, Aarón, simplemente le obsequiaba con grandes sabidurías y consejos. El corazón es increíble, y para esos dos seres solitarios, el amor limpio de la amistad estaba enraizando en lo más hondo y alimentaba con alegría la sanación del alma, de ambas… Pero la sombra del miedo y la vuelta de viejos fantasmas hicieron que Aarón tomara una decisión dolorosa, aquello debía acabar, no podía soportar pensar que iba a ser abandonado de nuevo, así que sin pensarlo dos veces, el se vería a sí mismo dando un discurso de “despedida” de igual manera que el escuchó tiempo atrás.

   Con el corazón roto, Fran se alejó de su vida y comenzó una andadura por su propio sendero. Fue fuerte y se repuso, terminó sus estudios y conoció a su gran amor, aunque jamás pudo olvidar a aquel hombre que tanto le ayudó y al que llegó a amar como a un padre. Logró formar una familia e inició una carrera profesional muy próspera, la vida le sonrió.

   Aarón se levantó y caminando despacio llegó a aquel parque, respiró profundamente antes de sentarse en el banco bajo la sombra del árbol, y allí lloró silenciosamente, había olvidado por completo su “cita” con Anabel para reencontrarse con los recuerdos de otro pasado. En ese instante una voz cálida y agradable irrumpió el ritual de añoranza, un hombre esbelto y muy bien vestido le pidió permiso para sentarse a su lado, Aarón se sobresaltó y en un acto reflejo dirigió su mirada hacia la voz. Dos miradas conectaron y se saludaron, era Fran que sin esperar respuesta se sentó y abrazó a aquel hombre sumido en un mar de lágrimas, ahora los dos lloraban. Tras un abrazo eterno y entrañable de dos almas amigas, Fran pudo articular palabra “Hola viejo amigo, he venido a enseñarte una cosa”, se echó mano al bolsillo y sacó una foto, “Esta es Johanna, tiene casi dos años, es mi hija y tan pequeñita le encantan las rosas. Ayer me preguntó como nacían y no supe contestarle porqué pensé en tí, me hablaste de las diferentes formas que tienen las plantas de reproducirse y nunca me hablaste de las rosas… necesito que te vengas a mi casa y plantes rosas y le expliques a mi hijita cómo cuidarlas…”, Terminada la frase soltó una tremenda carcajada, “En realidad, he venido a pedirte que vuelvas a formar parte de mi vida, has sido como el padre que nunca tuve y mi gran amigo, por ti seguí adelante, me diste todo lo necesario para convertirme en un hombre, en un buen hombre, y … te he echado de menos”. Aarón sintió como el pecho se le abría y en él entraba una inmensa luz, el amor volvió a entrar en su vida como torrente de agua clara llevándose con ella todo lo oscuro y sucio del pasado. “Me encantaría, pero… sabes que no puedo aceptar…”, Fran volvió arremeter, “Ya sabía que ibas a decir algo parecido, vengo con una oferta, necesito un jardinero y alguien que sepa cómo sacar provecho a mis tierras, te ofrezco trabajo, y… mi amistad, necesito… que vuelvas a mi vida”, no esperó respuesta, se levantó y tendió la mano, Aarón sonriendo, agarró su mano y se levantó también. Ambos se fueron unidos por el cariño y la amistad, ambos cerraron al fin la puerta del pasado y juntos, siguieron un camino nuevo lleno de puertas por abrir…

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