No podía quitárselo de la cabeza, habían pasado
cuatro años,- toda una vida para una ninfa-. La estaba matando, no dormía, no
descansaba, la inquietud era tan insoportable que se había aislado
completamente de sus amistades. Tampoco eso le importaba demasiado en aquellos
momentos, pero su vida en las aguas, a menudo bastante turbulentas de aquel no por
ello menos hermoso lago, le habían dotado de una notable experiencia y se había
convertido en toda una experta en el arte de manejar y con bastante frecuencia,
aguantar y soportar las corrientes emocionales propias del agua, con todas sus
enseñanzas por supuesto. Pero aquello era distinto…
Una mañana
llena de luz, o al menos a ella eso le pareció, observaba inmóvil toda la pantalla
que sus prodigiosos ojos le permitían. Un escenario bellísimo que sin ella
poder controlar logró arrancar de su boca una sonrisa, últimamente no lo hacía
tanto, pero la belleza de la naturaleza se había tomado la libertad de
maravillar a aquel pequeño ser. Era el mismo de siempre, las mismas piedras, el
mismo paisaje acuático con sus mismos habitantes pero todo aquello pareciera
tener un especial brillo, notaba una conexión en la totalidad incluida ella
misma, era una sensación indescriptible que la llenaba de vida y al mismo
tiempo su interior gritaba con desgarradora angustia, la oscuridad de la
profundidad de su ser hacían de ella un campo de batalla entre la confusión de
la realidad y la belleza de la ficción. No sabía distinguir ni discernir, su mente
había olvidado cómo hacerlo. Llevaba un tiempo rondándole por su aturdida
cabeza la idea de que estaba siendo presa de la locura. Había intentado
explicar con poca fortuna, los entresijos de sus sentimientos a sus amigos,
pero la incomprensión regresaba a ella como martillazos en una pared, el dolor
se tornaba ya insufrible por ello había dejado de hacerlo y el silencio ocupó
su vida social. Y esa mañana, ese preciso día fue aplastada por el gran peso de
la soledad, no había sido consciente hasta ese instante de lo sola que se
sentía, volvió el dolor, volvió la frustración y la desesperanza.
Qué estaba
pasando con ella, no lo entendía, se sentía un ser de otro planeta, no encajaba
en ningún sitio. Los días se hacían largos e interminables, los pasaba luchando
entre la extraordinaria unión que sentía con todo lo que le rodeaba y la
ansiedad que carcomía todas sus entrañas. Lo único que la consolaba era subir a
la superficie, trepaba por los troncos de las plantas hasta asomar su cabeza al
otro lado, aquel en el que el aire secaba sus grandes ojos y le hacía
asfixiarse, no le importaba era feliz, ese instante que cada día desde hacía un
tiempo, alargaba más aguantando su respiración y se convertiría en su momento
del día. Después volvía a bajar a las profundidades del agua y regresaba al
combate. Había notado que cuando lo hacía un dolor quemante e insoportable
atacaba a su espalda y los miedos como flechas clavadas en el dorso hacían
brotar incertidumbres en su sangre. Ese dolor había traído de regreso hasta
ella miedos incluso ya superados y uno muy especial, el miedo a la muerte. Era
algo que tampoco podía comprender pues había entendido desde hace tiempo el
sentido de la vida y la muerte formaba parte de ello, su confusión al respecto se
sumaba si cabía más, a su inquietud.
Pero ese
día, ese día tan bonito decidió subir y quedarse allí, decidió superar todos
esos miedos y quitarse de encima todo aquel dolor que desde hacía tiempo no la
dejaba saborear la paz aunque la vida le llevara en ello. Así lo hizo, subió
como cada mañana por el tallo de su planta favorita, asomó su cabeza y aguantó
la respiración. Esta vez subió un poquito más hasta dejar al descubierto todo
su cuerpo. El aire acariciaba su piel, eso le gustó y pensó que era una bonita
forma de morir y se dejó llevar. Los rayos del sol calentaban todo su ser y
confió por primera vez en toda su supuesta locura y se agarró con toda su
fuerza a aquel tallo. No podía respirar pero su decisión era inquebrantable e
iba a continuar pasara lo que pasara. Sintió un enorme dolor en su espalda y
notó como se partía. El crujido del lomo abriéndose fue lo último que escuchó
pues trascurridos unos instantes después entró en un profundo sueño, antes pensó
que era su final que la muerte le llegaba y sintió una inmensa paz, al fin...
Despertó,
no sabía que había ocurrido, ni donde se encontraba, quizás había cruzado al
otro lado de la vida. Su confusión sorprendentemente no alteró su nuevo estado
de bienestar pues así era como se sentía, muy bien, increíblemente bien. Movió
sus patas, respiró aire y no se ahogaba, una nueva y agradable sensación. La
brisa volvía a acariciarle pero esta vez le susurraba palabras de bienvenida. No
se atrevía pero el valor le inundó todo su cuerpo como fuego creador y abrió
sus grandes ojos, el nuevo mundo le sonreía y se mostraba espléndido, realmente
era hermoso y lleno de luz. Miró su cuerpo, no había muerto, se había
transformado pues sentía la vida vibrando en todo lo que ella era ahora. Se
maravilló, los colores que destellaban sus enormes alas ilusionaron y activaron
la grandeza del deseo de vivir, una vida nueva que comenzaba en ella misma. No
era otro ser sino el mismo evolucionado, se abría ante ella una flamante y desconocida
existencia. Y llegó el momento, movió sus alas, al principio le costó y después
le encantó, plegó sus patas y se alzó al cielo. Desde las alturas pudo ver su
antigua vida reflejada en las aguas de aquel lago, todas sus experiencias,
todas sus antiguas vivencias, las buenas y las malas, los sufrimientos pasados,
aquella “noche oscura del alma” que no podía entender mientras la padecía, y
que ahora bendecía pues no era otra cosa que la crisis espiritual que precede a
la transformación del ser. Un nuevo horizonte, un nuevo mundo que debía
explorar y experimentar como lo que era, una libélula.
Un beso lleno de amor y paciencia muaaaa
ResponderEliminarGracias, amig@ anónim@, seas quien seas. Como la paciencia no es lo mío, me quedo con el amor...
ResponderEliminarAunque por otra parte, he estado pensando un ratico en tu mensaje y en mi contestación, y me ha venido a la mente el dicho "Dime de qué presumes y te diré de qué careces". Yo "presumo", quizás demasiado, en que no tengo paciencia ¿Será que en el fondo tengo bastante? ¿Quién sabe...? En cualquier caso, sigo quedándome con el Amor... ;)