El aire acariciaba sus plumas con un suave y tierno
abrazo, ¡Ya estoy listo! Se decía incansablemente día tras día pero aquella
mañana solo respiró hondo cerrando los ojos saboreando la brisa fresca. La
Tierra como mujer, pintaba sus labios alegremente acudiendo a su acostumbrada
cita; las flores vestidas impecablemente de colores y perfumadas con dulces
esencias, las fuertes montañas poderosas y luchadoras, los verdes prados
apaciguadores de hostilidades, los frondosos bosques creando soplos de existencias
y los musicales ríos cantando melodías de ensueño, todo formaba parte de su
maleta de maquillaje, ella siempre estaba guapa para él pues su corazón vibraba
cuando danzaba para ella, lo adoraba.
Volar, experiencia
que le era grata siempre, por más que lo hiciera a diario nunca sentía el
hastío de un ser aburrido. Formaba parte de él, de su respirar la vida, aunque la
jornada de caza se le diera nefasta y las fuerzas bajaran su nivel al mínimo,
jamás pasaba por su registro abandonar la razón de ser de un águila. Pero
aquella ocasión era diferente y muy especial, era su último vuelo, lo sabía y
quiso despedirse interpretando su obra maestra, su novena sinfonía, La Danza de
la Muerte.
La mañana
se había levantado calma y sosegada, el Sol brillaba con tal luminosidad que
hasta el aire dibujaba obras de arte y su calidez hizo que su sangre corriera
contenta por sus venas, era un día precioso, “Hoy es un bonito día para morir” dijo
en voz alta y brotó un lágrima, solo una. Recordó toda su vida, había sido
larga y llena de experiencias, llenas de tropiezos y de alegrías, de amores y
desencuentros, una vida difícil sí pero con un sentido. Se sintió satisfecho
había sido un buen águila. Miró el horizonte y sonrió, pareciera que en
adivinanza secreta aquel supiera que iba a ser el último que divisara, se
presentaba esplendoroso y no carente de ironía, pues en una sola línea se
expresaba bien la linde entre lo terrenal y lo divino, una recta que el
cruzaría en breve.
En un
instante sintió dudas y una tristeza fría recorrió todo su cuerpo, y si se
hubiera equivocado, y si todo aquello solo hubiera sido un sueño, un mal sueño…
Repasó lo acontecido hacía justo una semana, él dormía plácidamente en el recoveco
que le cobijó tantos años en la montaña más alta de aquel bello valle. Un ángel
vestido de negro se le apareció en sueños, dijo llamarse Azrael, el Ángel de la
Muerte, también dijo que si lo prefería podía llamarlo Anubis pues tenía
numerosos nombres. Le saludó cortésmente con una reverencia, él se sorprendió
pues nadie le había tratado nunca con tan exquisito reconocimiento. Lo
siguiente que dijo le desconcertó bastante, “No suelo hacer este tipo de cortesía,
pero no has sido un águila cualquiera, has hecho de tu vida el escenario perfecto
para materializar el sentido más profundo de tu ser y eso no es habitual. La
mayoría de los seres pasan su existencia entre quejas, lloros y disconformidades,
tú en cambio, te has sabido levantar de todas las caídas y has escuchado el
corazón siempre, eso no es usual, es extraordinario. Es por ello que se te ha
concedido el mayor de los privilegios de la etapa de una vida, es tener
conocimiento del momento de tu partida, el momento de tu muerte el cual tendrá
lugar pasados siete días a partir de la nueva salida del Sol. Posiblemente no
le des la importancia que realmente tiene pero conforme vayan trascurriendo los
días, entenderás su transcendencia. Se te ha dado la oportunidad de irte en paz,
de despedirte y de arreglar cualquier cosa que consideres antes de partir. No
temas, lo has hecho bien y no te irás solo, yo te acompañaré…”.
Le dio un
vuelco al corazón, realmente en esos días fue consciente de su historia, y
sintió orgullo y amor por si mismo pues había amado la vida a cada segundo y
había sido feliz pues jamás se había traicionado, rió con todas sus fuerzas,
entendió que el secreto de la felicidad no estaba en la consecución de cosas u
objetivos sino en no ser desleal consigo mismo, era tan sencillo que le resultó
infantil incluso. En ese mismo momento, escuchó una voz, no se sobresaltó, lo
estaba esperando. Se apareció envuelto en una luz dorada, el Ángel de la Muerte
esta vez se presentó con ropajes blancos y con una mirada amable y compasiva, “¿Estás
preparado?”, el águila se quedó pensativo, “¡Espera, debo hacer algo antes!”,
dijo abriendo sus alas como nunca antes lo había hecho. Cerró los ojos un
instante para volver a sentir el aire acariciándole y la libertad le abrazó con
toda su fuerza. Y él voló con toda su pasión y con todo su corazón, La Danza de
la Muerte sobrecogió a todo el valle. La Tierra se maravilló por aquel vuelo,
su bailarín preferido estaba dando un espectáculo único tan extraordinario que
se estremeció de Amor y pudo sentirse en todo los rincones del planeta. “Es la
hora”, dijo Azrael, el águila entonces ascendió hacia los cielos con la
velocidad que sus alas le permitieron y una vez alcanzado el punto más alto
para no desmayar, recogió sus alas y se lanzó al vacío en el picado más veloz y
solemne que un ave rapaz pudo realizar jamás…
Aún hoy,
los habitantes del lugar hablan de aquel vuelo, “La Danza de la Muerte”, y es
venerado el lugar donde El Águila calló inerte pues allí brotó un roble que
tras los años su ramaje fue adquiriendo la forma de alas abiertas. Es el roble más
fuerte y majestuoso del lugar, La Tierra
aún enamorada, se encarga de cuidarlo…
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