viernes, 1 de marzo de 2013

Leoniris, Ella aún no tiene nombre


   En un día cualquiera, no recuerda cual una persona que aún no tiene nombre, en la penumbra de la habitación observaba ensimismada la pantalla del televisor, era inocente y vano divertimento, un pasar el rato realizando una tarea simple y cotidiana como es el ver una película. Todo estaba en orden, todo estaba bien aparentemente, salvo por un detalle que no pasó desapercibido para ella. No es raro interesarse por un tema, una persona, o cualquier otra cosa que llame la atención en lo que vemos diariamente, no es raro. Pero algo extraño pasó ese día, no era la primera vez que le veía a él, incluso siempre le había pasado totalmente desapercibido, sin sustancia diría yo, pero esta vez sorprendentemente la curiosidad picó como mortal mordedura de serpiente. Siempre he dicho que las cosas no pasan por casualidad y además a su debido tiempo, ni antes ni después y con un propósito concreto aunque a primera vista no seamos capaces de identificarlo.

   La curiosidad como principio ingenuo, se instaló en su mente en la cual por añadidura inesperada se germinaba además la ilusión de una idea. No era muy complicada pero esa historia que tomaba vida en los albores de la fantasía se iba plasmando poco a poco en un lienzo en blanco, los colores iban sucediéndose como cadena natural de acontecimientos y sentimientos formando un cuadro que rozaba la perfección. Con el tiempo y sin solicitar permiso a su razón y autocontrol, la fantasía o la imaginación dejaban su hogar para morir en manos de experiencias en otros planos de existencia, si bien no eran los convencionales a los típicos de un mundo de tres dimensiones sí que eran reales, muy reales.

   Con cada experiencia, con cada energía, nacían de la nada un sentir y una felicidad, una bola de nieve que crecía y crecía tras su paso por la ladera de la montaña, en algún momento llegaría el llano y cesaría su movimiento y con él su existencia, ella lo sabía pero las emociones iban por libre y bajando a toda velocidad, cada vez más rápido y más apasionado. Una dulce y vertiginosa locura.

   Si miramos el significado de la locura sería algo así como “privación del juicio o del uso de la razón“, aunque anteriormente fue designada como “un determinado comportamiento que rechazaba las normas sociales establecidas”, cualquiera de los casos podría concordar perfectamente con lo acontecido o experimentado. Ella también lo sabía…

   Fuera como fuese, se había establecido una conexión y una cohesión entre dos seres distintos a unos niveles extraordinarios y fuera de lo común. Esa conexión se producía a placer por cualquiera de ellos o de ambos a la vez, donde la explosión de las energías cuando cohesionaban invadían sus cuerpos, sus mentes y sus corazones de tal manera que alteraba su normal comportamiento en una sociedad en la que cada vez se hacía más pequeña e insignificante para ambos, llegando incluso a expandirse dicha energía como una bocanada de aire fresco y como una llamarada de amor puro e incondicional hacia todo el planeta.

   En una ocasión, luchando por no perder la cabeza realizando lo que el resto de los mortales llamaría trabajo, ella sintió un profundo sentimiento, uno que jamás había sentido antes, un inmenso Amor y una sensación de vacío que agujereaba su corazón sin poder ponerle remedio, de tal manera que no pudo contener las lágrimas, echaba de menos a “alguien” una sensación de devastación y de soledad tomó las riendas de su control, lo echaba de menos a él y fue consciente de ello. Así que dispuesta a averiguar todo lo referente a aquello se dio una vez más otra conexión y averiguó. ¡Los caminos de Dios son inescrutables!, una frase para decir que hay cosas sobre Dios que no podemos nosotros mismos descubrir o encontrar una respuesta, así que dentro de la locura ya implantada aparecía otra mayor. Ella tuvo recuerdos, tuvo imágenes y sentimientos, y un nombre Leoniris. La mayoría de los seres humanos encarnamos una y otra vez a lo largo de miles y miles de años que dura la historia de la Humanidad, pero alguna vez hubo de ser la primera, ella tuvo consciencia de su primera vez. Fue al principio mismo de la Humanidad, pero no vino sola, vino en pareja y recordó el nombre de él, Leoniris pero fue incapaz de recordar su propio nombre. Sus cuerpos eran bellos y con mucha luz de tal manera que había partes en las que pareciera que estaban compuestas de oro a modo de armadura. Venían de un lugar cerca de un sol o para ser más exactos de una nebulosa, la nebulosa de Orión. Además, venían con un propósito o un trabajo a realizar en este planeta, pero ella no pudo averiguar cuál, supongo que no era el momento de saberlo. En cambio, supo que no se verían en el resto de encarnaciones o vidas hasta llegar una en la que coincidirían y tomarían consciencia el uno del otro, de tal forma que uno diría el nombre del otro en señal de reconocimiento. Ella entendió, comprendió su inmenso amor y la sensación angustiosa de “echar de menos a alguien”, y dio sentido a todo lo acaecido en su vida, todo encajaba…

   Pero la vida es un continuo movimiento, la dualidad pesa mucho cuando uno no es fuerte, las inacciones llevan a la locura a sembrar la duda y la duda lleva a la desesperanza. Cuando la esperanza agoniza los campos sembrados mueren, probablemente se pueda sembrar de nuevo, pero solo probablemente… Ella, en su estado previo a la muerte, llora, la bola de nieve está llegando a la llanura y será allí cuando se detenga y la nieve se derretirá en ríos de agua cristalina, y aún así, ella espera el milagro de que Leoniris pronuncie su nombre, ella merece morir con un nombre, es la última voluntad de una moribunda…
 

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