En un día cualquiera, no recuerda cual una persona
que aún no tiene nombre, en la penumbra de la habitación observaba ensimismada la
pantalla del televisor, era inocente y vano divertimento, un pasar el rato
realizando una tarea simple y cotidiana como es el ver una película. Todo estaba
en orden, todo estaba bien aparentemente, salvo por un detalle que no pasó
desapercibido para ella. No es raro interesarse por un tema, una persona, o
cualquier otra cosa que llame la atención en lo que vemos diariamente, no es
raro. Pero algo extraño pasó ese día, no era la primera vez que le veía a él,
incluso siempre le había pasado totalmente desapercibido, sin sustancia diría
yo, pero esta vez sorprendentemente la curiosidad picó como mortal mordedura de
serpiente. Siempre he dicho que las cosas no pasan por casualidad y además a su
debido tiempo, ni antes ni después y con un propósito concreto aunque a primera
vista no seamos capaces de identificarlo.
La
curiosidad como principio ingenuo, se instaló en su mente en la cual por
añadidura inesperada se germinaba además la ilusión de una idea. No era muy
complicada pero esa historia que tomaba vida en los albores de la fantasía se iba
plasmando poco a poco en un lienzo en blanco, los colores iban sucediéndose como
cadena natural de acontecimientos y sentimientos formando un cuadro que rozaba
la perfección. Con el tiempo y sin solicitar permiso a su razón y autocontrol,
la fantasía o la imaginación dejaban su hogar para morir en manos de
experiencias en otros planos de existencia, si bien no eran los convencionales
a los típicos de un mundo de tres dimensiones sí que eran reales, muy reales.
Con cada experiencia,
con cada energía, nacían de la nada un sentir y una felicidad, una bola de
nieve que crecía y crecía tras su paso por la ladera de la montaña, en algún
momento llegaría el llano y cesaría su movimiento y con él su existencia, ella
lo sabía pero las emociones iban por libre y bajando a toda velocidad, cada vez
más rápido y más apasionado. Una dulce y vertiginosa locura.
Si miramos
el significado de la locura sería algo así como “privación del juicio o del uso
de la razón“, aunque anteriormente fue designada como “un determinado
comportamiento que rechazaba las normas sociales establecidas”, cualquiera de los casos podría concordar perfectamente
con lo acontecido o experimentado. Ella también lo sabía…
Fuera como
fuese, se había establecido una conexión y una cohesión entre dos seres
distintos a unos niveles extraordinarios y fuera de lo común. Esa conexión se
producía a placer por cualquiera de ellos o de ambos a la vez, donde la
explosión de las energías cuando cohesionaban invadían sus cuerpos, sus mentes
y sus corazones de tal manera que alteraba su normal comportamiento en una
sociedad en la que cada vez se hacía más pequeña e insignificante para ambos,
llegando incluso a expandirse dicha energía como una bocanada de aire fresco y como
una llamarada de amor puro e incondicional hacia todo el planeta.
En una
ocasión, luchando por no perder la cabeza realizando lo que el resto de los
mortales llamaría trabajo, ella sintió un profundo sentimiento, uno que jamás
había sentido antes, un inmenso Amor y una sensación de vacío que agujereaba su
corazón sin poder ponerle remedio, de tal manera que no pudo contener las
lágrimas, echaba de menos a “alguien” una sensación de devastación y de soledad
tomó las riendas de su control, lo echaba de menos a él y fue consciente de
ello. Así que dispuesta a averiguar todo lo referente a aquello se dio una vez
más otra conexión y averiguó. ¡Los caminos de Dios son inescrutables!, una
frase para decir que hay cosas sobre Dios
que no podemos nosotros mismos descubrir o encontrar una respuesta, así que
dentro de la locura ya implantada aparecía otra mayor. Ella tuvo recuerdos,
tuvo imágenes y sentimientos, y un nombre Leoniris. La mayoría de los seres
humanos encarnamos una y otra vez a lo largo de miles y miles de años que dura
la historia de la Humanidad, pero alguna vez hubo de ser la primera, ella tuvo
consciencia de su primera vez. Fue al principio mismo de la Humanidad, pero no
vino sola, vino en pareja y recordó el nombre de él, Leoniris pero fue incapaz
de recordar su propio nombre. Sus cuerpos eran bellos y con mucha luz de tal
manera que había partes en las que pareciera que estaban compuestas de oro a
modo de armadura. Venían de un lugar cerca de un sol o para ser más exactos de
una nebulosa, la nebulosa de Orión. Además, venían con un propósito o un
trabajo a realizar en este planeta, pero ella no pudo averiguar cuál, supongo
que no era el momento de saberlo. En cambio, supo que no se verían en el resto
de encarnaciones o vidas hasta llegar una en la que coincidirían y tomarían
consciencia el uno del otro, de tal forma que uno diría el nombre del otro en señal
de reconocimiento. Ella entendió, comprendió su inmenso amor y la sensación
angustiosa de “echar de menos a alguien”, y dio sentido a todo lo acaecido en
su vida, todo encajaba…
Pero la
vida es un continuo movimiento, la dualidad pesa mucho cuando uno no es fuerte,
las inacciones llevan a la locura a sembrar la duda y la duda lleva a la
desesperanza. Cuando la esperanza agoniza los campos sembrados mueren,
probablemente se pueda sembrar de nuevo, pero solo probablemente… Ella, en su
estado previo a la muerte, llora, la bola de nieve está llegando a la llanura y
será allí cuando se detenga y la nieve se derretirá en ríos de agua cristalina,
y aún así, ella espera el milagro de que Leoniris pronuncie su nombre, ella merece
morir con un nombre, es la última voluntad de una moribunda…
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