sábado, 17 de noviembre de 2012

Audiencia con el Yo Superior





   Con todo el respeto del que puedo ser dueña me postro rodilla a la tierra, y con cabeza baja aprieto los dientes machacando mi impaciencia. Mis nervios peinan los vellos de mi cuerpo erizándolos, se está acercando el momento pero debo esperar un poco aún. La postura comienza a ser incómoda, si consiguiera relajar mis músculos y aflojar mis tendones, quizás disfrutaría del momento.
   Todo comenzó con el hambre… Hambre no conocida instalada en el centro mismo del ser, nombre sin pronunciar por boca muda, el desfase de la consciencia con la creída realidad dibuja en los lienzos del miedo brechas acogedores de océanos, no es entendible, no es medible, no es racional…
   Hambre que te llevas mis horas y añoras mi dormir, agita los velos de la calma para que la vida siga su discurrir, dame sosiego interno, o al menos pronuncia su nombre para que mi razón no se pierda en bucles de arena del desierto buscando una dichosa respuesta. Una salida para el rompecabezas, un descanso para el aturdimiento existencial, un… no sé, que deje de dar vueltas la rueda, mi corazón se marea…
   El hambre se instaló en el respiradero de mi alma, y tras ella escondía su longevidad. Los días pasaban, las canas crecían y el hambre rejuvenecía con rebeldía...
   No había en este mundo saciedad alguna para calmar mi hambre. Y en la oscuridad de la noche la luna alumbraba mi desolación de forma silenciosa. El tiempo camuflaba pintando de colores los ojos fatigados de llorar soledades e incomprensiones, aunque más tarde las lágrimas se cambiaron por la destreza de la observación, al principio en un acto de resignación después en todo un arte de aprendizaje.
   Como bien canta el dicho, cuando el alumno está listo aparece el maestro, de esta forma se sucedieron maestros de todo tipo. De los que dan una lección que no olvidas jamás pues se clava como espinas de acero oxidado en el corazón, o de los que perfectamente pudieran desempeñar el papel que le correspondería a la figura paterna ideal, en definitiva cualquier hecho o persona que despierte en uno la sensación de enseñanza escrita con mayúsculas.
Libros, libros, libros,… literales o figurados, se llenaron en mi biblioteca particular. Dioses, poderes, guerras, amores, desamores, personajes, personajillos, luz, oscuridad, más guerras,… y todas conducían a un mismo resplandor, a una bella y brillante luminosidad…
   Alguien dijo un nombre, se pronunciaron al fin unas palabras con un sentido debía conocer a un tal “Yo Superior”. No imaginé jamás que se pudiera sentir tanta dicha, pero tenía que prepararme para conocer a ese tipo. La preparación resultó muy distinta a como yo pudiera haber imaginado nunca, debía hacerlo a solas, en cualquier lugar sí, pero sola. El proceso comenzaba con la relajación y seguía con el vaciado de la mente aunque para ser justos habría que decir mejor “intentar” pues era muy difícil por no decir imposible. Con la mente en blanco se abrían puertas y se podía viajar si uno así lo deseaba.
   Después de mucho tiempo y tras innumerables viajes, en uno especialmente anodino, la voz de la consciencia plasmó en mi cerebro aquel nombre y una cita. Aquí estoy pues aguardando arrodillada, esperando el momento que tanto imaginé y desee durante toda una vida de desánimo. Pero nada dura eternamente y el momento está llegando, ahora lo puedo ver con claridad… Me he levantado sin darme cuenta, me siento contenta y la alegría se metió en mi cuerpo por cada diminuto poro de mi piel, no sé como ha ocurrido  ni cuanto ha tardado pero me he llenado. Cuando al fin me deshago del asombro me percato de una gran luz que emana en frente de mí. Esa luz, es la causante de mi felicidad, es cálida, brillante y tiene toda la tonalidad del arco iris, ¡Es maravillosa!
   No puedo dejar de mirarla, atrae con tanta intensidad que no tengo fuerzas para evitarlo, tampoco lo quiero, del centro mismo de aquella inmensidad veo una silueta que se acerca, cada vez se aproxima con más rapidez y al mismo tiempo con mucha suavidad. Está delante de mí, a penas un metro nos separa, es una persona creo. De su cuerpo emana toda esa luz pero su piel es dorada como el oro mezclada con un tono violeta muy vivo. Ahora me sonríe y me mira a los ojos, los suyos son dos intensos mares azul añil en los que me perdería de seguir mirando fijamente…
   Una música suena, en ella me dejo mecer y con la suavidad con la que flota una hoja en el viento, mis ojos cierran su ventanal y escucho. La voz de aquel ser se diluye con la melodía y me habla, me canta. Me dice que es una parte del Todo o como la mayoría de los humanos lo conocen, como una parte de Dios, dice que ha estado aquí desde siempre acompañándome en mi camino, él ha sido mi guía y lo seguirá siendo, pues conoce bien la ruta. Él es como una especie de ángel con un trabajo específico y especial en la Tierra. Me dice que hay uno de ellos por cada uno de nosotros, un humano un trabajo un ángel. Él y ellos en general, son la conexión con el Universo, con la Divinidad, son luz trabajando para la luz en mundos de dualidad. Me dice que no tema ni juzgue mi humanidad, es solo un vehículo y es apropiado para este aquí y este ahora en el que me encuentro, y que cuando haga peticiones lo haga a él no es necesario pedir a otros… Me ha hecho abrir los ojos, quiere que le mire bien y que comprenda, de esa forma obtendré mi añorada respuesta.
   La maravilla de la ironía radica en la sonrisa, cuanto más se sonríe mayor ha sido la genialidad de la ironía. He hecho lo que me ha dicho, he abierto los ojos para VER, y al mirar comprendí con una enorme sonrisa dibujada en mi asombro que la chispa divina, aquel al que llaman “YO SUPERIOR” no era otra persona que yo misma, pude verme en ese rostro dorado y violáceo, pude verme y sentirme en esa luz, en esa música. YO SOY aquel que llaman YO SUPERIOR, solo había que mirar dentro...



 

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